lunes, 14 de septiembre de 2009

El Sistema (IV): La subcontratación

NOTA: Esta entrada parte del supuesto de que has leído la precedente: El Sistema (III): El neocolonialismo. Si no es así, el texto que viene a continuación puede que resulte demasiado incoherente, incluso para esta página.

Como ya vimos en la entrada anterior, cuando se trata de repartir recursos, el norte suele salir beneficiado en detrimento de los paises del sur. Una de las causas al parecer es que los países subdesarrollados han tenido un proceso de industrialización escaso o casi inexistente, de forma que la única salida que les queda es intentar competir vendiendo materias primas. Sin embargo, el hecho de que las manufacturas posteriores sean más caras que lo vendido crea una diferencia de precios que les acaba perjudicando. Hablando de la subcontratación, algo ha cambiado. La pobreza sigue retroalimentándose positivamente, pero esta vez el proceso industrial (o en parte) se realiza en los países subdesarrollados. Esto no tiene por qué ser algo positivo y a continuación veremos las causas.

En primer lugar, hemos de saber qué es la subcontratación. Es una situación que se da en el mundo empresarial y que consiste en la contratación de una empresa a otra externa para que realice los servicios que la primera ha contratado. Ejemplos de subcontratación pueden ser...

...una empresa alimentaria que contrate a otra para que se encargue del proceso de empaquetado.

...el metro, que contrata vigilantes de seguridad para que vigilen que nadie se cuele o arroje a otros al andén.

...un colegio que contrate a empleadas de la limpieza de una empresa ajena al centro.

...una empresa de demolición que emplee a otra especializada en evacuación de residuos para librarse de los escombros.

La subcontratación tiene una serie de ventajas para la empresa contratante: la permite centrarse en la parte más rentable del negocio, abaratar los costes, librarse de las tareas rutinarias que hasta el trabajador menos cualificado puede realizar e incluso mejorar la calidad del producto.

Sin embargo, y especialmente si pertenecen a países subdesarrollados, los trabajadores de las subcontratas pueden sufrir (en el sentido más literal de la palabra) los éxitos de la empresa a la vez que contribuyen a ellos. Esto es debido a que la empresa contratante no es responsable de los trabajadores de sus subcontratas, pero obviamente elegirá a las que les cobren menos por el servicio que necesitan. Aunque indirectamente, las contratantes favorecen que muchos empleados externos tengan unas condiciones laborales pésimas: pues cuanto menos cobren y menos derechos tengan, el coste total del servicio será menor. Copio un ejemplo de No Logo para hacerse a la idea de a lo que pueden llegar los abusos:

Empresa/Marca: Nike Athletic Shoes
Fábrica en China: Wellco Factory
Salarios por hora: 0,19 dólares
Horas por semana: 77-84 turnos de 11-12 horas, 7 días por semana
Condiciones: Los obreros son multados si se niegan a hacer horas extraordinarias; no se paga extra por ellas; la mayoría no tiene contrato legal de trabajo; se les grita y humilla con algunos castigos corporales; se despide arbitrariamente a las embarazadas y con más de 25 años de edad; se les multa por hablar mientras trabajan; hay unos 10 niños en la sección de costura; la mayoría de los trabajadores no ha oído hablar del Código de Conducta de Nike.

¿Por qué permiten los gobiernos de los países afectados esta esclavitud moderna? Porque creen que así están ayudando a sus respectivos paises (sí, raro). Estas condiciones inhumanas se concentran en una especie de recintos llamados Zonas de Procesamiento de Exportaciones (ZPE) que prácticamente tienen total libertad para pasarse por donde quieran la jurisdicción local y gozan de notables exenciones de impuestos (cuando los hay). Pues bien, los respectivos gobiernos que albergan zonas de esta índole creen que estas ayudarán que se dé una transferencia de tecnología y medios que, con el tiempo, les ayude a hacerse un lugar en el mercado global. A la ligera, se me ocurren dos objeciones:

1. Aunque la teoría quedara demostrada en un par de años ¿dónde está la ética de permitir que mientras tanto se cometan tantas barbaridades? Y no me refiero a ética empresarial, porque creo que está más que demostrado que no existe fuera del "Cómo vender más"; sino a la estatal. En este caso parece que el fin SÍ justifica los medios. Y ya saben de lo que hablo: turnos de 3 días, accidentes por las malas instalaciones, patrones inyectando anfetaminas a los obreros, fábricas en las que el hecho de sonreir es castigado...

2. Esa transferencia...¿Cuando, cómo y por qué se va a dar? Sobre todo teniendo en cuenta que si los trabajadores empezaran a presionar por una mejora de sus condiciones, la multinacional simplemente cambiará de subcontrata o incluso de país, a otro en el que no se hubiera llegado a esta situación. La ruta de los últimos años ha pasado de Japón a Corea del Sur y Taiwán, para terminar en Indonesia y China ¿Cuál es el verdadero papel de las ZPE? ¿Es realista que el desarrollo pueda llegar a alcanzarse mediante un goteo de salarios diminutos?

Algunos se preguntarán por qué hay tantas personas que aceptan trabajos tan lamentables. En algunos casos, porque si hay otros mejores, ya están cogidos. A esto hay que sumarle el que, preferentemente, se contrate a mujeres jóvenes cuyo lugar de residencia esté muy lejano. Así, se reduce drásticamente la probabilidad de que hayan oído hablar de lo que les espera o de que se organicen formando sindicatos. Hay que tener en cuenta que los guardias de las ZPE llevan pistolas y, como hemos dicho, estos recintos tienen su propia legislación...no queda otra que acostumbrarse a dormir en el suelo de la fábrica y soñar con calderilla, como recompensa por fabricar electrodomésticos, juguetes, textiles o zapatillas que, en el primer mundo, valdrán miles de veces más.

A finales de los años 90, la Organización Internacional del Trabajo dio datos de que existían en torno a 850-1000 Zonas de Procesamiento de Exportaciones en más de 70 países. Según el informe, 27 millones de obreros trabajaban en ellas. Y el número sigue aumentando. La causa es la cultura del consumo: solo los ciudadanos tenemos el poder de cambiarlo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Esa gentuza

Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por la acera opuesta a las Cortes, y a veces coincido con la salida de los diputados del Congreso. Hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja, y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno, y apenas veo los telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada. Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre.

Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en Sodoma. Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De impulsos. Yo no elijo cómo me siento. Cómo me salta el automático. Algo debe de ocurrir, sin embargo, cuando a un ciudadano de 57 años y en uso correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta, cultura adecuada, inteligencia media y conocimiento amplio y razonable del mundo, se le sube la pólvora al campanario mientras asiste al desfile de los diputados españoles saliendo de las Cortes. Cuando la náusea y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por supuesto. Sigo caminando carrera de San Jerónimo abajo, y me pregunto qué está pasando. Hasta qué punto los años, la vida que llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista. Por qué creo ver sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace veinte o treinta años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país y la vida.

Quizá porque los conozco, concluyo. No uno por uno, claro, sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años, aquí y afuera. Estuve en los bosques de cruces de madera, en los callejones sin salida a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conozco las consecuencias. Y sé cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije. Que lea y mire. Algún día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré a ustedes cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes turísticos que pagan los contribuyentes. Cómo se han trajinado –ahí no hay discrepancias ideológicas– el privilegio de cobrar la máxima pensión pública de jubilación tras sólo 7 años en el escaño, frente a los 35 de trabajo honrado que necesita un ciudadano común. Cómo quienes llegan a ministros tendrán, al jubilarse, sólidas pensiones compatibles con cualquier trabajo público o privado, pensiones vitalicias cuando lleguen a la edad de jubilación forzosa, e indemnizaciones mensuales del 100% de su salario al cesar en el cargo, cobradas completas y sin hacer cola en ventanillas, desde el primer día.

De cualquier modo, por hoy es suficiente. Y se acaba la página. Tenía ganas de echar la pota, eso es todo. De desahogarme dándole a la tecla, y es lo que he hecho. Otro día seré más coherente. Más razonable y objetivo. Quizás. Ahora, por lo menos, mientras camino por la carrera de San Jerónimo, algunos sabrán lo que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.


Arturo Pérez-Reverte - XL Semanal 5/7/2009