sábado, 27 de febrero de 2010

De "socialistas" y otras mentiras

Es bastante triste pensar que muchas de las medidas que toma la clase política y los objetivos en los que se basan son parches con los que, además, no se tiene muy claro por qué es deseable conseguir lo que se pretende. No me gusta hacer afirmaciones a la ligera sin justificarme, y no se me ocurre mejor ejemplo que el gabinete socialista que conforma el ejecutivo. No voy a basarme en argumentos sobre la ruptura de la unidad nacional, su relación con la crisis o cotilleos como sus rezos junto a Obama (si me opongo, al menos que sea de forma real y razonada).

Aunque a uno no le gusten los medios de difusión convencionales, es imposible no irse enterando de lo que hace y deshace el gobierno de tu país (proximamente incluiré una reflexión que puede explicar por qué me baso parcialmente en ellos a la hora de alabar o criticar). Y aunque la mayoría de lo que se dice sea mentira o verdades a medias, un análisis crítico y que no se quede en la superficie permite sacar conclusiones propias. Yo he llegado a la mía: son unos hipócritas.

¿Que por qué? Porque se intenta adaptar erróneamente los postulados típicos de los movimientos sociales al bipartidismo dependiente de empresas y del poder económico. El resultado no agrada a nadie y descalifica a las verdaderas propuestas activistas:

- El feminismo ha sido ridiculizado con la paridad obligatoria en las listas electorales y en la Administración. En lugar de confiar por igual en las capacidades de hombres y mujeres, parece que las de estas últimas son menospreciadas y por ello se hace necesario un porcentaje obligatorio que las compense.

- La Alianza de Civilizaciones ha demostrado ser una de tantas palabras vacías. El partido que antes criticaba desde la oposición el genocidio irakí ahora se contradice matando en Afganistán (aunque se lo retrate como una misión humanitaria). Su aparente pacifismo no era más que pragmatismo electoral.

- Se prometió no recortar derechos sociales aún pudiendo ser útiles (para continuar el absurdo crecimiento continuo) y justificables (bajo el prisma de la emergencia en tales circunstancias). Su pose socialdemócrata ha quedado demostrada tras su propuesta de retrasar la edad de jubilación: una reforma temporal que pretende aplazar la estafa de Madoff en vez de cambiar de sistema.

- "La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento" afirmó Zapatero el diciembre pasado, convirtiéndose en un indio trajeado durante esos segundos. Los internacionalistas no sabemos qué pensar de algo tan ambiguo: ¿permitirá el libre paso de personas al igual que sucede con mercancias y capitales? ¿destruirá las fronteras? ¿abolirá el Estado o la propiedad privada? (ironía)...¿O simplemente era palabrería para quedar hippie? (realidad).

- Al igual que Barack, al parecer ahora son relativamentes críticos con los mercados financieros tras salvar a los bancos de su derrumbe con dinero público. Cerciorarse de los fallos (ajenos y propios) está muy bien pero, ¿no habría sido mejor escuchar y actuar antes? O mejor dicho: en una hipotético nuevo coletazo de la crisis...¿qué nos asegura que el que venga después no volverá a hacer lo mismo? La crítica no se ha transformado aún (ni probablemente lo hará) en palabras.

- Finalmente (por ahora), el toque ecologista viene de la mano de la ley de economía sostenible. Demuestran estar tan puestos en materia medioambiental que aún creen que conceptos como "aumento de la competitividad" o "crecimiento" casan con "sostenibilidad". Una apuesta modesta por las renovables, la revitalización de las infraestructuras asociadas al transporte (conservando un modelo descentralizado y contaminante de ciudad) y los cuestionados bonos de carbono son medidas insuficientes, cuando no incongruentes con lo que se pretende lograr.

Solo queda preguntarse: ¿En qué creemos? ¿Qué estamos consiguiendo?

miércoles, 17 de febrero de 2010

PIB: Permite Ignorar Barbaridades


El PIB es la suma de todos los bienes y servicios final que produce un país o una economía producidos por empresas nacionales y extranjeras dentro del territorio nacional que se registran en un periodo determinado.

Un camionero se dedica a importar vino desde Champagne a Barcelona. Durante su viaje, para cada día en 3 ocasiones en distintas hostales y bares de carretera para comer, dormir y llamar a su familia. Ya de paso, se compra un paquete de tabaco para sentirse menos solo entre humo.

El camionero odia su trabajo: sus jefes le pagan una miseria. Por ello, se ve obligado a trabajar casi todo el año. Sin embargo, tal como están las cosas, se convence a sí mismo de que tendría que estar agradecido y rezar porque le hagan fijo.

Lo que peor llevaba hasta hace unos años era el verano: miles de franceses se echaban a las carreteras durante las vacaciones para poder disfrutar de la fracción de playa que les correspondía y, más tarde, emprender el camino a casa entre lamentos. Parece que la cosa se saneó un poco con la construcción de una nueva autopista de seis carriles que cruzaba el país de Alsacia a Aquitania.

Cada vez que se cruza con un accidente, nuestro protagonista piensa en sus hijos y se compromete a conducir con cuidado. Hace tiempo que se dio cuenta de que la promesa se cumple de manera inversamente proporcional de la distancia que le separa con su familia: le resulta imposible no correr con tal de estar un poco más a su lado.

Un día, abrumado por las circunstancias, el camionero decide mudarse con los suyos a Galicia. Allí, su primo trabaja en una cantera recién inaugurada y puede asegurarle un puesto de trabajo. El sueldo no es gran cosa, pero al menos no tendrá que estar como un nómada semanas enteras.

Al ver por primera vez la excavación, al ex-camionero se le hizo un nudo en la garganta: habría pensado que se trataba de un impacto de meteorito si no hubiera sido por los operarios del fondo que continuaban detonando el terreno. Al cabo de dos semanas, ya estaba terminada y había tomado una forma escalonada para evitar desprendimientos. Fue entonces cuando los vehículos y trabajadores
se adentraron en ella y comenzaron a trabajar. La situación económica del nuestro protagonista mejoró y hasta pudo comprarle un móvil con cámara a su hijo.


Esta historia puede dar la sensación de que al camionero las cosas terminaron yéndole bien y que el capitalismo puede no ser tan perverso si uno se esfuerza lo suficiente y vota a los socialdemócratas para que les den las migajas monetarias del Estado. Hoy no es mi intención discutir sobre ello, sino ver cual es el balance del trasfondo que muchas veces se (nos) escapa. Lo haré centrándome en el PIB, uno de los principales indicadores económicos:

- El recorrido de Champagne a Barcelona provoca mucha más contaminación que si el vino fuera local o regional. Sin embargo, el encarecimiento del precio proporciona mayores beneficios a la empresa que lo vende (aumento del PIB francés). Estos beneficios pueden, por qué no, ser empleados en publicidad para ampliar el radio de la distribución espacial de los consumidores (emitiendo más gases contaminantes).

- La longitud del recorrido (contaminando los correspondientes 800 kilómetros) hace, a su vez, que el camionero se gaste su dinero parando en los hostales que encuentra por el camino. El consumo asociado a este servicio aumenta el PIB del país en el que se encuentre el establecimiento. Si utilizamos como medida el PNB (Producto Nacional Bruto) y desayuna en un McDonald´s, el incremento se produce en Estados Unidos.

- El paquete de tabaco que el camionero consume puede ocasionarle un cáncer a medio/largo plazo. Su equivalente extranjero que viva en un país sin medicina pública, probablemente tendría que verse obligado a pagar un seguro privado para tratar la enfermedad, en cuyo caso la compañía apercibiría unos beneficios que también aumentarían el PIB y el PNB.

- El hecho de que el salario del camionero sea reducido permite no tener que subir el precio en exceso debido al transporte; sin renunciar a los potenciales clientes "lejanos". Los beneficio de las empresas se contraponen al poco sueldo y a las muchas horas del trabajador, que es considerado una mera materia prima, un medio para el fin del crecimiento económico a toda costa
(al fin y al cabo, pueden permitírselo: casi siempre habrá otro más necesitado dispuesto a aceptar el empleo). Los indicadores económicos tradicionales se posicionan priorizando el objetivo económico, aunque vaya acompañado de un deterioro en las condiciones laborales.

- La construcción de cualquier infraestructura tiene un impacto ambiental, aunque este puede variar ampliamente. En el caso de la autopista de seis carriles que, en la historia, cruza Francia de norte a sur, no hace falta aclarar cuál será la magnitud del daño ecológico (¿o sí? fragmentación de poblaciones, destrucción de los parajes naturales que suponían un obstáculo,
emisión de contaminantes...) . Sin embargo, su construcción y posterior utilización que permite a los franceses recorrer el país y abarrotar las zonas turísticas (con la consiguiente construcción de nuevas y su influencia negativa sobre el ecosistema costero) hace subir el PIB y el PNB.

Además, la ampliación de la red de carreteras también podría retroalimentar positivamente el tráfico de vehículos. Me explico: a más carreteras, menos atascos y más gente que se decide a ir a todos los lados en coche (además de aberraciones profundamente anti-ecológicas como los centros comerciales en las afueras). A este aumento del volumen del tráfico le correspondería una mayor demanda de vías de transporte. Al Estado y a las empresas les resulta indeseable parar esta dinámica.

- Los accidentes pueden provocar roturas en los automóviles o el daño o muerte de personas. En cualquier caso, a los ojos del PIB son algo bueno: implican la reparación del vehículo en el taller y si mueres probablemente tus familiares paguen a una funeraria.

- La cantera y, por extensión, la explotación de recursos naturales, proporciona ingresos a empresas madereras, mineras, pesqueras, petroleras...(sobre todo a estas últimas). Sin embargo, pueden dar lugar a importantes impactos ambientales (por el propio proceso de extracción, los residuos, etc.) o al deterioro de las poblaciones circundantes (más si se trata de comunidades indígenas, dependientes directamente del medio y con menos derechos que el resto).

El PIB es un parámetro que indica el crecimiento económico asociado al progreso y justifica la destrucción medioambiental si esta implica obtención de recursos. Además, esta conlleva aún más ingresos si se trazan planes de recuperación o rehabilitación (nunca de restauración completa: una sucesión biológica que llega al clímax en cientos o miles de años no puede regenerarse a corto y medio plazo, por muchos esfuerzos que se pongan en ello).

- Por último, el móvil con cámara no es más que una muestra de la tecnología dudosamente necesaria que nos proporciona el progreso y nos vende a través de la
publicidad. Cabe la posibilidad de que buena parte lo hayan fabricado en China alguno de esos esclavos contemporáneos, subiendo el PIB del país con sus esfuerzos (aunque el dinero vaya a Finlandia). A esto habría que añadir su contrucción con materiales no biodegradables y el largo transporte hasta Europa.


Espero haber proporcionado una visión más amplia. El hecho de que uno de los indicadores del éxito económico de un país sea parcial, erróneo y deje bastantes aspectos negativos de lado explica bastantes cosas. A bote pronto, se me ocurren algunas como:

- Que legitima el afán desarrolista, ignorando incluso las consecuencias negativas (ambientales y sociales) más graves.
- La apropiación por parte del mercado de cada vez
más aspectos de nuestra vida. Al fin y al cabo, todo lo que no implique compra-venta (como el trabajo doméstico, la reutilización de productos o el compartir) no solo no existe, sino que entra en conflicto con lo que el PIB cree positivo.
- Derivado de lo anterior estaría la privatización de lo común, incluida la propia res pública (aspecto que será tratado próximamente en El Sistema).
- El PIB ni siquiera diferencia si hay desigualdades importantes en conceptos de renta: pues la población puede dividirse en muy ricos y muy pobres dando un valor medio.

Para terminar, dejo un extracto que habla de los alternativos indicadores ecológicos, encontrado en una interesante entrevista de Vamos a Cambiar el Mundo.

¿Qué piensa usted de la noción de “huella ecológica”?
Es precisamente una idea que se presentó en un congreso de economía ecológica en 1992. Su iniciador fue William Rees, un ecólogo que había trabajado en una región llamada La Raya, entre Cuzco y Puno, en el altiplano peruano. Luego fue profesor de ecología urbana en Vancouver e inventó un indicador que sintetiza cuatro criterios: la cantidad de tierra necesaria para producir una cantidad dada de alimentos, la cantidad de tierra necesaria para producir madera para construcción o papel, la cantidad de tierra pavimentada o cubierta de construcciones y el cuarto sumando consistía en cuánta tierra virtual haría falta para absorber el dióxido de carbono que produce la actividad humana. A partir de esos cuatro criterios, Rees calculó que un habitante de Vancouver utiliza de promedio cuatro hectáreas de tierra para su reproducción económica, mientras un habitante de la India utiliza media hectárea. Esto quiere decir que desde el punto de vista ecológico, la superficie de Vancouver es mucho más grande de lo que parece a primera vista. Yo creo que Rees concibió la huella ecológica como un concepto interesante para tener una idea del impacto de la actividad humana pero nunca pensó que su idea tendría tanto éxito.
Tenía un estudiante suizo de doctorado llamado Mathis Wackernagel, quien difundió la idea y la convirtió en una verdadera industria académica. El lado bueno de esa enorme difusión es el carácter pedagógico de esa representación espacial, que impacta mucho a la gente. Pero el lado mas discutible es que la noción de huella ecológica mezcla dos cosas: el consumo real de espacio destinado a la producción de alimentos o de madera para la construcción (un carnívoro consume más espacio que un vegetariano*, por ejemplo) y el consumo virtual de un espacio que hipotéticamente podría absorber el dióxido de carbono. El problema es que el dióxido de carbono se acumula en la atmósfera y no es absorbido por una superficie vegetal virtual. El verdadero problema es el cambio climático. No es que necesitemos otro planeta porque no hay otro planeta. La idea de utilizar dos planetas es una metáfora que tiene límites. Nuestro consumo excesivo de carbón, petróleo y gas es un problema de tiempo, de un uso demasiado intensivo en un periodo de tiempo muy corto, más que de espacio. La metáfora espacial puede ser muy atractiva para la gente, pero técnicamente a mi no me convence. Tampoco me convence la idea de que se pueda expresar todo el impacto ecológico en una sola cifra, creo que necesitaríamos de al menos tres o cuatro cifras distintas. Por ejemplo, el cálculo de los flujos de materiales. En Ecuador son cuatro toneladas por persona al año, lo calculó Maria Cristina Vallejo en una tesis publicada por la Flacso. En la Unión Europea estamos a 16 toneladas por persona al año. En términos de intercambio, Ecuador exporta 1,8 toneladas de materiales por persona al año e importa 0,3 toneladas. En la Unión Europea es exactamente al revés, importamos casi cuatro veces más de lo que exportamos. Es un buen indicador del intercambio desigual entre Norte y Sur. Otro indicador interesante es el de la apropiación humana de la biomasa, que en ingles se llama HANPP (Human Appropriation of Net Primary Production). Se trata de la proporción entre la biomasa usada por los seres humanos y la cantidad potencial de biomasa que seria generada si no hubiera humanos.

Es un indicador de pérdida de biodiversidad, pero también se puede usar para analizar conflictos relacionados con recursos. Por ejemplo, en Ecuador, el conflicto entre los habitantes del ecosistema de manglares y las empresas camaroneras que producen larvas para la exportación. Cuando el manglar se conserva hay mucha biomasa y los humanos aprovechan una pequeña cantidad de ésta, un poco de conchas, de cangrejos y de madera. Pero cuando la camaronera destruye el manglar, consume mucha biomasa sin reponerla. Lo mismo ocurre con el bosque amazónico cuando lo sustituyen por cultivos de palma africana para producir aceite.


*
Consúltese Decrecimiento cárnico.

sábado, 6 de febrero de 2010

El Sistema (VII): La democracia


NOTA: Esta entrada parte del supuesto de que has leído la precedente: El Sistema (VI): Los medios de comunicación. Si no es así, el texto que viene a continuación puede que resulte demasiado incoherente, incluso para esta página.

Por si alguien piensa lo contrario a través del título, cabe aclarar que, para mí, la democracia no tiene connotaciones negativas y es algo muy deseable. Sin embargo, cabe diferenciar dos tipos de democracia: la actual y la real.

La democracia, etimológicamente es el "gobierno del pueblo". Sus orígenes más aceptados se remontan a la cultura griega, si bien es posible que en otras culturas ancestrales ya hubiera formas tribales de asamblearismo (como en el caso de los celtas). En cualquier caso, la participación era limitada: en Atenas sólo podían participar los adultos varones atenienses de nacimiento que hubieran terminado su entrenamiento militar, en otras culturas únicamente los hombres más ancianos, etc.

A finales de la época antigua, las democracias europeas se encontraban en declive. Con la extensión de la monarquía electiva, más tarde del feudalismo, el autoritarismo, el absolutismo y el despotismo, un grupo cada vez más reducido de personas se arrogaron el derecho a gobernar. "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo" y "El Estado soy Yo" eran los lemas de los monarcas dieciochescos.

Llegó un momento en el que la situación se había prolongado demasiado. La burguesía (plebeyos adinerados) comenzó a cansarse de tener que comprar títulos para poder ascender de estamento. Fue así como surgió el pensamiento ilustrado, que más tarde se materializaría en los recién independizados Estados Unidos de América, la Revolución Francesa y todas las revoluciones liberales burguesas. La sangre dejó de tener importancia y la riqueza convirtió en el único (e incuestionable) factor de peso a la hora de discriminar.

Durante los siglos siguientes, el Estado Liberal ha ido consolidándose en todo el mundo frente a otras formas de gobierno totalitaristas o libertarias. Primero con sistemas de representación indirectos, después con sufragios censitarios y más tarde, universales, la democracia se ha extendido ampliamente y, hoy en día, parece haber alcanzado su mayor cota de perfección.

En efecto, lo parece.

Sin embargo, hoy la participación se encuentra muy limitada. Se acepta como demócrata que la aportación del ciudadano medio al gobierno de su Estado sea votar una vez cada 4 años; con pocas posibilidades de influir más allá que lo que esta delegación puntual se refiere. Además, dicho voto ni siquiera aportará el contenido total de lo que la persona considere correcto en un tema concreto, pues el sistema se basa en la otorgación de legitimidad a una serie (en la práctica, sólo dos) de organizaciones jerárquicas y disciplinadas, que pretenden reforzar su propia cohesión alienando a sus militantes, que lo aceptan gustosos.

Por otra parte, puede parecer que la creación de otros partidos hasta abarcar el máximo número de puntos de vista posibles es la solución más lógica. En la práctica, esto es una opción realmente limitada: los dos partidos mayoritarios se suceden el uno al otro gracias al uso propagandístico que hacen de los medios de comunicación que les tocan por estar en el poder y las instituciones coercitivas (también a través de otras, como los colegios). Así, se produce un bipartidismo aparente que muchos afirman que caracteriza a las democracias maduras. Resulta revelador que las opiniones de este tipo se suelen acompañar de connotaciones positivas (ya saben: no se nos vayan a subir a la chepa las minorías peligrosas y radicales).

La adjetivación del término bipartidismo, así como la cursiva, no son casuales. En efecto, podemos afirmar que en la mayoría de los sistemas democráticos actuales hay una tendencia a que el mayor número de escaños sean acaparados por dos partidos. Ahora bien, ¿son realmente antagónicos?¿tienen características ideológicas y de criterio marcadamente diferenciadas?. En mi opinión, sus metas y propuestas definitorias van convergiendo en un intento de acaparar algunos votos del oponente. ¿Es esto realmente preocupante? Bueno, si no te sientes identificado con el resultado de esa convergencia, sí.

¿Y cómo se sustenta el bipartidismo aparente? En un principio, el planteamiento es que el propio sistema lo favorece al establecer un porcentaje mínimo de votos para gobernar y sistemas de recuento que facilitan el ascenso al poder exclusivamente de las mayorías. A esto podemos unirle el hecho de que ciertas elecciones sean a niveles amplios de territorio y competencias por lo que la gente, engañada con los difusos conceptos de izquierda y derecha, prefiere votar al partido mayoritario en apariencia de la misma parte del espectro que al que más le atrae (o los cabezas de partido con mayor carisma). Paradojas del voto útil: importa más quien pierde que quien gana.

Es destacable el cortoplacismo que origina la democracia representativa. La gran mayoría de las medidas que se ponen en marcha están orientadas a finalizar antes de que acabe la legislatura, con el objetivo de poder ganar las próximas elecciones. La ausencia de resultados inmediatos o el terminar los proyectos en una legislatura en la que otro esté en el poder hacen creer a la población que algo no funciona correctamente o que ha sido otro partido el que impulsó la iniciativa, respectivamente. Por ello, se intenta mantener un ritmo de trabajo muy rápido y proponer objetivos que puedan ser cumplidos antes de 4 años. Es un factor que ayuda a descartar la presencia de medidas realmente radicales que requieran un tiempo largo de implantación o aquellas que afecten positivamente a las generaciones futuras (como sucedería con el ecologismo verdadero, no con los parches ambientales que acaban implantándose).

Ya he mencionado antes de pasada la disciplina interna (alienación al fin y al cabo) a la que son sometidos los partidos para gozar de coherencia, es decir, que cada diputado no vote contradiciendo lo que su PP o PSOE representa. Sin embargo, no hay que olvidar que votar significa elegir una serie de políticas predeterminadas, no opciones concretas (al contrario que los referéndums, por ejemplo). La alienación es, pues, por partida doble: de los políticos y de los votantes. Por así decirlo y desvariando bastante: la democracia representativa es un restaurante de comida rápida donde los clientes podemos elegir entre perritos calientes y hamburguesas; los veganos han de quedarse sin comer.

Ante esta desesperanzadora (según para quien) situación, hay dos opciones realmente factibles:

- Convertirse en un incondicional de uno de los dos partidos del sistema de oligarquía elegida. Las ventajas residen en que realmente las mejoras reales que implemente tu opción política dan igual: puedes criticar (insulsamente, no vayas a volverte radical y perder el apoyo de las empresas) mientras gobierna al otro partido basándote en sus múltiples errores. Al cabo de una o dos legislaturas, el tuyo subirá al poder con muchas promesas incumplidas y errores evitables que servirán al adversario para derrocarte. Así una y otra vez. Ni siquiera es necesario esforzarse: mientras no se planteen reformas que molesten a los de arriba, estos garantizan una buena propaganda y cobertura mediática.

- Estudia derecho o ciencias políticas; si tienes ingresos como para costearte una universidad privada no dudes en hacerlo: es un buen lugar para comenzar tu desconexión con la realidad diaria de la ciudadanía. Interesate por la política y esfuerzate en llegar al puesto más alto posible dentro de uno de los dos partidos mayoritarios, pues de ello dependerá la cuantía de la pensión que te corresponderá al retirarte. Además, si eres diputado, no tienes la obligación de acudir al Congreso demasiado a menudo...únicamente en los ratos libres.

Es innegable que la delegación de poder periódica fragmenta a la población. Los políticos más destacados cuentan con unos sueldos bastante destacables que, sin embargo, en ocasiones, no logran aplacar su avaricia y se dan casos de corrupción. No obstante, estas críticas están fundamentadas en desviaciones de la propia base teórica del sistema y, por lo tanto, no son demasiado válidas. Sí es válida, por ejemplo, la crítica a la existencia de fianzas que, al fin y al cabo, no son más que una forma de compra por los males cometidos contra la sociedad civil, pero eso es otro tema.

Como punto final, invito al lector a reflexionar. ¿Cuántas de las decisiones que toma la clase política nos benefician? ¿Cuántas les perjudican a ellos? ¿Quienes redactaron la Constitución por nosotros? ¿Qué les proporcionó el derecho a hacerlo sobre el resto de la ciudadanía? ¿Nos han preguntado qué modelo de Estado (o ausencia de este) queremos? ¿Hay formas reales y eficaces de hacerse de notar fuera de los dos partidos mayoritarios? o mejor dicho: ¿Estamos condenados a que nuestras ideas sean representadas por otros?


Tras hablar del pan, el circo y el foro de nuestra sociedad post-industrial, en las entradas posteriores (más breves) haré un breve repaso sobre el funcionamiento interno de la democracia representativa: la absorción de la política por parte de la economía y la burocracia son algunos ejemplos. También inauguro la sección La contra, en la que intentaré aportar y defender algunas alternativas a los modelos que se nos imponen desde arriba.

jueves, 4 de febrero de 2010

La globalización capitalista



La crisis que ha cobrado cuerpo, con inusitado rigor, a partir de 2007 ha puesto de relieve las muchas miserias - nos han atraísdo con profusion en obras anteriores - que acompañan a la globalización capitalista. La mayoría de esas miseras hunde sus raíces en dos fenómenos decisivos: si el primero es la primacía rotunda de la especulación en las relaciones económicas contemporáneas, el segundo lo aporta una general desregulación que se ha orientado a propiciar la desaparición de toda norma que establezca alguna restricción en el funcionamiento de los capitales. A lo anterior se han sumado otros procesos muy delicados, y entre ellos una espectacular aceleración en las fusiones de esos capitales, una ambiciosa deslocalización que, a través del traslado de empresas enteras a otros escenarios, busca las más de las veces la explotación de una mano de obra barata y, en fin, un notable crecimiento en las capacidades de las redes del crimen organizado.

En su despliegue histórico, lo que hemos dado en llamar globalización capitalista se ha visto acompañado de fenómenos muy delicados. Es el caso, por lo pronto, de una general pérdida de influencia de los ciudadanos y de un progresivo vaciamiento de capacidades de los poderes políticos tradicionales. Pero lo es también de crecimiento formidable de las ciudades, de la inseguridad alimentaria, de las corrientes migratorias, de desigualdades sociales en ascenso, de agresiones medioambientales muy notables y de conflictos - bélicos y no bélicos - cada vez más notables y numerosos. En esta dimensión, la globalización en curso, claramente controlada desde el Norte rico y sus empresas transnacionales, muestra una inequívoca línea de continuidad con el imperialismo y el colonialismo de siempre. Como estos, ha ratificado una situación marcada por lacerantes desigualdades saldadas con un crecimiento sensible en el número absoluto de personas que viven en situación de pobreza.

En otra dimensión, la globalización ha aspirado con descaro a gestar una especie de paraíso fiscal de escala planetaria, de tal suerte que los capitales, y sólo los capitales, puedan moverse a a su antojo, sin ninguna restricción, arrinconando a los poderes políticos tradicionales y desentendiéndose por completo de cualquier consideración de cariz humano, social o medioambiental. Con semejantes mimbres era inevitable que condujese a un escenario de crisis indeleblemente marcado por un caos general y que anulase el despliegue de la innegable capacidad de adaptación a los retos más dispares que el capitalismo demostró en el pasado; la pérdida, en otras palabras, de los mecanismos de freno bien puede haber dado al trastre con el propio capitalismo. Raro hubiera sido que en ese escenario se hubiesen mantenido ficciones insostenibles. No se olvide que la parte de los beneficios empresariales en las rentas nacionales creció notablemente entre 1980 -un 10 por cierto- y 2004 -un 14 por ciento-, mientras los beneficios de las empresas se multiplicaban, claro, espectacularmente. Los de las incluidas en el índice bustail Standford & Poor´s 500 lo hicieron en un 20 por ciento en 2004, y en un porcentaje similar el año anterior, en tanto los de las incluidas en Standford & Poor´s 350 se acrecentaron en un 78 por ciento en 2004. Hoy sabemos que tales desvaríos, a menudo acelerados por lamentables intervenciones públicas en provecho de los especuladores, han acabado por afectarnos a todos. Si ello es evidente, en la forma de un descenso visible en el crecimiento, en el caso de una economía, la norteamericana, lastrada por déficits varios, también lo es en los de China, que experimenta en estas horas una desaceleración en la estela de lo que ocurrió en Japón en el decenio de 1990, y la Unión Europea.

Ningún dato invita a concluir, por otra parte, que la globalización haya tenido efectos saludables en materia de reducción de la pobreza. Hoy en día el 20 por cierto más rico de la población mundial corre a cargo del 86 por ciento del consumo, mientras al 20 por ciento más pobre le corresponde un escueto 1,3 por ciento. El patrimonio de las tres fortunas mayores del planeta equivale al producto interior bruto total de los 48 Estados más pobres, mientras el de las 200 personas más ricas alcanza un monto semejante al del 41 por ciento de la población del globo. Por añadidura, 1.200 millones de personas viven en condición de pobreza extrema, con menos de un dólar diario, y más de 3.000 millones se ven obligados a sobrevivir con menos de dos dólares al día. Las diferencias en términos de ingresos entre el 20 por ciento mejor situado de la población mundial y el 20 por ciento peor emplazado han crecido entre tanto, espectacularmente: si eran de 30 a 1 en 1960 y de 60 a 1 en 1990, hoy se emplazan cerca del 80 a 1.

La primacía de la dimensión especulativo-financiera en la globalización en curso -en los últimos años las operaciones de naturaleza estrictamente especulativa han movido sesenta veces más recursos que aquellas que implicaban la compraventa efectiva, material, de bienes y servicios- no debe alimentar la ilusión óptica de que las secuelas medioambientales han resultado ser menores. Aunque el capitalismo industrial ha perdido peso relativo, su presencia absoluta no ha dejado de acrecentarse. En los veinte últimos años la actividad industrial ha crecido un 17 por ciento en Europa y un 35 por ciento en Estados Unidos, mientras se incrementaba de manera espectacular en China y la India. Conviene recelar también de la idea de que el capitalismo cognitivo no hace uso de recursos materiales. Si la fabricación de un ordenador exige 1,8 toneladas de aquéllos, un empleado del sector terciario reclama 1,5 toneladas equivalentes de petroleo (TEP) por año, esto es, un tercio de lo que consume anualmente, en su vida cotidiana, un ciudadanos medio de la Unión Europea y más de lo que consumía un campesino en 1945, en un escenario en el que la "economía de lo inmaterial" agrava, además, las fracturas sociales. A todo ello se suma el gasto energético vinculado - no lo olvidemos - con el tráfico internacional de mercancías. "Globalmente, la sociedad mundial nunca ha sido tan industrial como hoy", concluye Serge Latouche.

Permítasenos agregar que la globalización capitalista es, por añadidura, un proyecto visiblemente etnocéntrico, condición bien retratada, en una de sus aristas interesantes, por Michel Farillon: "La mayoría de los dectractores de la globalización comparte con los partidarios de ésta la idea de que el mundo occidental es portador de valores universales: el progreso, la razón, la ciencia, la democracia, los derechos del hombre. Lo que importa -se nos suele decir- es que de todo ello se beneficie el conjunto de la humanidad. Frente a ese ejercicio de etnocentrismo hay que recordar, con el mentado Latouche, que romper con la occidentalización implica abandonar el camino del desarrollo, incluido el sostenible, dejar de lado el imaginario económico y economicista, y salir, por ende, del universalismo occidental.

Extracto del libro En defensa del decrecimiento: sobre capitalismo, crisis y barbarie de Carlos Taibo. Capítulo 1: Amenazas.