jueves, 24 de diciembre de 2009

Decrecimiento cárnico





En estas fechas de ostentación, merchandising descarado y comilonas, creo que viene perfecta una pequeña reflexión sobre el veganismo, una parte del movimiento por los derechos de los animales a la que no se está tomando lo en serio que se debería. No es únicamente una filosofía de vida personal basada en el rechazo a cosificar a los animales para su consumo y/o explotación, sino que puede ser considerada una herramienta muy útil en la lucha contra problemas de distinta índole. En concreto, la negativa a alimentarse de productos animales o cadáveres tiene ventajas desde distintas perspectivas:

-Ambientalista. En ecología existe una regla por la cual tan solo una media del 10% de la energía total conseguida por un nivel de la cadena trófica es utilizada para construir estructuras orgánicas (aprovechables por parte del nivel superior). El resto es empleada en el metabolismo y el movimiento. Es por ello que, los cientos de conejos de un ecosistema a lo sumo solo serán depredados por una decena de linces: según aumentamos de eslabón (autótrofos primero y heterótrofos de distinto tipo después: consumidores primarios, secundarios, etc.) la energía va degradándose.

Así, de un total de 200 kcal biomásicas que posea una planta, tan solo 20 kcal podrán ser utilizadas por la vaca que la ingiera para crecer y engordar. A los humanos solo nos llegarían 2 kcal, es decir, el 1% de la energía inicial.

No hay que ser un genio para darse cuenta de que una alimentación estrictamente vegetal es más eficiente (aunque alguno ya lo mencionara en su momento). En una misma porción de terreno se puede conseguir mayor cantidad de alimento apostando por la agricultura que por la ganadería; lo cual implica un menor impacto ambiental al necesitar menos espacio para abastecer adecuadamente a la población. Este efecto se amplia enormemente si tenemos en cuenta que muchas de las tierras cultivadas son, a su vez, destinadas al consumo del ganado.

Con el agua sucede algo parecido a la energía. Como esta se pierde ampliamente a través de la evapotranspiración de los seres vivos, cuanto más escalones tróficos intervengan en la cadena hasta el consumo humano, más agua será necesaria invertir. Por otra parte, la cobertura vegetal del suelo ayuda a retener la humedad del terreno.

A estos inconvenientes habría que añadir otros menos obvios y más evitables, como la gran cantidad de desechos que producen las explotaciones (las medias en kg/día/animal llegan a ser del orden de 30 a 50 en las vacunas y de 4 a 8 en el porcinas). Si no son tratados adecuadamente, estos estercoleros se convierten en peligrosos focos de infección de microorganismos patógenos debido a la incapacidad de los descomponedores de procesarlos a tal ritmo y, posteriormente, los residuos se filtran a los ríos y acuíferos cercanos.

Además, una superpoblación de ganado (la forma más rentable de explotarlo) puede producir la desaparición de la cubierta vegetal (o de la especie forrajera preferida) de una zona debido a la ingesta y el pisoteo. En el caso de las vacas, también repercuten en la atmósfera: generan emisiones gigantescas de metano (CH4), un gas de efecto invernadero 20 veces más potente que el dióxido de carbono (según Lovelock) y, para los negacionistas, tóxico.

Por lo tanto, las actitudes veganas son más respetuosas con el medio ambiente.

-Sensocentrista. Los animales son el único reino que ha desarrollado sistemas nerviosos que les permiten recibir información del medio, interpretarla y reaccionar rápidamente. En filos como los poríferos (esponjas), platelmintos (tenia), equinodermos (estrellas y erizos de mar), cnidarios (pólipos y medusas) y demás animales con con sistemas nerviosos de poco desarrollo, a mi juicio sí es discutible hasta cierto punto su verdadera sensibilidad (en la interpretación que se le da para saber si es ética o no una acción): su capacidad sentir dolor o placer procesables de forma sensorial y psicológica. Todo esto suponiendo que el placer deba ser buscado y el dolor suprimido, como opinaban los antiguos hedonistas.

Sin embargo, en los vertebrados esta característica parece relativamente clara. En los peces, el procesamiento da muestras de ser diferente al nuestro porque su cerebro está mucho menos desarrollado, pero aún así existen dichos estímulos; como demuestra la existencia de sustancias opioideas tras verse sometidos a heridas, pues ayudan a calmar el dolor. En anfibios, reptiles, aves y mamíferos, que tienen una capacidad cerebral media-alta, hay tal cantidad de ejemplos y nos separan tan pocos millones de años (aunque parezcan términos irreconciliables) de divergencia evolutiva, que negarles dichos sentimientos es profundamente antropocentrista, sobre todo si se tiene en cuenta que son mecanismos ya presentes desde la aparición del cerebro reptiliano.

Desde el punto de vista animalista y al considerar que la amplia mayoría de los animales que son utilizados por los seres humanos cumplen con lo anterior, el dañarles es éticamente reprochable: al igual que sucede con las personas. Por lo tanto, su agresión, cosificación o utilización forma parte de lo que se denomina especismo o "discriminación en base a la especie".

Normalmente, solemos aceptar que la agresión puede tener cierto grado de inmoralidad (según los parámetros de cada uno). Sin embargo, la cosificación y utilización pasan más desapercibidas porque la gente no las percibe como intrínsecamente ligadas a ella. Si el apercibimiento de las personas como medios y no fines en sí mismos es inadmisible, el prisma animalista afirma que esta percepción también se debe extender al resto de animales no-humanos.

En cualquier caso, estos razonamientos pueden ser relativos para mucha gente y tambien lo que se perciba como cosificación o no. En mi opinión y centrándome de nuevo en la alimentación, el nivel de cosificación es regulable en función de cuánto condicione la vida del animal. No obstante, para que esta descienda es necesario asumir mayor gasto energético en la regla del 10%. Podemos utilizar dos ejemplos:
  1. El pato encerrado en una jaula mínima y alimentado periódicamente con embudos y grasa hasta el colapso de su hígado.
  2. La vaca lechera pastando por el campo.
En el primer caso, además de obtener un buen paté, la eficiencia energética será alta al impedir que el animal queme calorías siquiera estirando las alas. En el segundo, se tornará baja porque se permite a la vaca buscar ella misma el alimento y para ello, debe moverse (energía cinética) usando las reservas de nutrientes que ya alberga en su cuerpo (energía química). En los dos casos, nadie dudaría en llamarlo esclavitud y esperpento si se tratase de humanos. Y si no, solo me queda proponer un buen negocio: fecundar artificialmente a un amplio grupo de mujeres siempre que sea posible, para comercializar su leche hasta que ya no sean rentables y nos podamos alimentar de su carne o desecharlas.

Al final, creo que todo queda resumido en si uno mismo sería capaz de criar a su mascota o su hijo con el objetivo de comérselos después (a sabiendas y teniendo alternativas a mano). ¿Dónde queda establecido el límite objetivo entre eso y un animal (humano o no humano) desconocido? Probablemente en la relación afectiva, lo cual da pie injustamente a que cualquier ser vivo que no sea de compañía pase por nuestros platos.

Frente al favoritismo antropocéntrico, la filosofía vegana garantiza la integridad de los seres más sensibles.

-Humanista. Por mucho que se pretenda lo contrario mediante la tecnología, el ser humano es parte de la naturaleza. El que no vivamos en contacto directo con ella y poseamos una capacidad de adaptación inmensa no significa que podamos prescindir de nuestro soporte terrestre. Es por ello que la mayoría de las ventajas ambientales mencionadas arriba afectan a nuestra especie, al igual que el deterioro de las condiciones de una región sin duda influirá negativamente en las poblaciones humanas circundantes.

Como ejemplo, arriba mencioné sucintamente la contaminación a la que se ven sometidas las aguas superficiales y subterráneas como resultado del vertido o filtración de residuos ganaderos (estiércol y aguas de la limpieza de los establos). Si bien probablemente este agua no sea utilizada directamente para el consumo humano sin pasar una serie de depuraciones que la hagan potable, estos controles se vuelven más laxos a la hora de regar o abonar instalaciones agrícolas, pudiendo originar en la población enfermedades como la tuberculosis, la salmonelosis o las fiebres Q debido a la presencia de fármacos, insecticidas, desinfectantes y demás sustancias químicas.

También podríamos destacar el hecho de que las instalaciones ganaderas han de tener un estricto control sobre los insectos vectores de enfermedades (moscas, mosquitos, pulgas...) que pueden proliferar fácilmente y tornarse peligrosos para los animales y personas de zonas limítrofes.

Y así hasta abarcar todas las problemáticas ambientales. Sin embargo, buena parte son evitables manteniendo una limpieza considerable y una población de animales baja, para minimizar los efectos de sus heces y flatulencias.

No sucede así con la pérdida energética por escalón trófico: los cultivos siempre serán más eficientes que la cría de animales. Habrá quien diga que es imposible que todo el mundo se vuelva vegano, y es cierto; pero cuanto más logremos sustituir nuestro consumo cárnico por el vegetariano, mayor cantidad de alimentos se podrá obtener por unidad de terreno y menos agua tendremos que emplear para ello. También es verdad que no todas las superficies son aptas para la agricultura, a lo cual se puede responder que:
  1. Hay zonas que sí lo son y aún se emplean en cultivos forrajeros para alimentar a las vacas que luego serán comidas en cualquier fast-food.
  2. ¿Realmente necesitamos más zonas? Y no hablo de seguir ampliándolas a través de la tala y quema del Amazonas, sino de cultivar en cada sitio lo que pueda crecer (una ordenación del territorio sería especialmente útil) e intentar mejorar la fertilidad del suelo en uso mediante la agricultura ecológica.
Y aunque no toda la población se volviera vegana, un porcentaje importante de personas que renunciaran a alimentarse de animales tendría como resultado la ampliación de la oferta de productos vegetales, haciéndolos más accesibles, de calidad y baratos. Bien mirado, esto podría suponer un ejemplo para otros que, a su vez se sumarían a la causa gracias a la ampliación de la oferta. Con una buena divulgación y concienciación, a las empresas no les quedaría otro remedio que reducir drásticamente el derrochador negocio de la carne.

La adopción del veganismo permite una mayor disponibilidad de alimentos.

-Salud. Es el punto más discutido, pues se habla de que la dieta vegana produce enfermedades carenciales. No tiene que ser así por sistema si se planifica adecuadamente, además de que existen alternativas que suplen adecuadamente el posible déficit (varia según las personas) de vitamina B-12, ácidos grasos DHA o hierro. La gama abarca desde alimentos no-animales que lo incluyen de por sí (aceite de lino en el caso del DHA) o facilitan su absorción (cítricos, calabazas, ciruelas y manzanas para el hierro) hasta productos enriquecidos (leche de soja y cereales con B12) o incluso suplementos.

La otra cara de la moneda es que la dieta vegana reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiacas, obesidad, diabetes, cálculos renales, hipertensión (todo ello por su bajo nivel de grasas saturadas y ausencia de colesterol) y osteoporosis (la ingesta de carne aumenta la excreción de calcio) [1].

Por lo tanto, una dieta vegana bien planeada minimiza el riesgo de padecer enfermedades típicamente occidentales.

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