sábado, 6 de febrero de 2010

El Sistema (VII): La democracia


NOTA: Esta entrada parte del supuesto de que has leído la precedente: El Sistema (VI): Los medios de comunicación. Si no es así, el texto que viene a continuación puede que resulte demasiado incoherente, incluso para esta página.

Por si alguien piensa lo contrario a través del título, cabe aclarar que, para mí, la democracia no tiene connotaciones negativas y es algo muy deseable. Sin embargo, cabe diferenciar dos tipos de democracia: la actual y la real.

La democracia, etimológicamente es el "gobierno del pueblo". Sus orígenes más aceptados se remontan a la cultura griega, si bien es posible que en otras culturas ancestrales ya hubiera formas tribales de asamblearismo (como en el caso de los celtas). En cualquier caso, la participación era limitada: en Atenas sólo podían participar los adultos varones atenienses de nacimiento que hubieran terminado su entrenamiento militar, en otras culturas únicamente los hombres más ancianos, etc.

A finales de la época antigua, las democracias europeas se encontraban en declive. Con la extensión de la monarquía electiva, más tarde del feudalismo, el autoritarismo, el absolutismo y el despotismo, un grupo cada vez más reducido de personas se arrogaron el derecho a gobernar. "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo" y "El Estado soy Yo" eran los lemas de los monarcas dieciochescos.

Llegó un momento en el que la situación se había prolongado demasiado. La burguesía (plebeyos adinerados) comenzó a cansarse de tener que comprar títulos para poder ascender de estamento. Fue así como surgió el pensamiento ilustrado, que más tarde se materializaría en los recién independizados Estados Unidos de América, la Revolución Francesa y todas las revoluciones liberales burguesas. La sangre dejó de tener importancia y la riqueza convirtió en el único (e incuestionable) factor de peso a la hora de discriminar.

Durante los siglos siguientes, el Estado Liberal ha ido consolidándose en todo el mundo frente a otras formas de gobierno totalitaristas o libertarias. Primero con sistemas de representación indirectos, después con sufragios censitarios y más tarde, universales, la democracia se ha extendido ampliamente y, hoy en día, parece haber alcanzado su mayor cota de perfección.

En efecto, lo parece.

Sin embargo, hoy la participación se encuentra muy limitada. Se acepta como demócrata que la aportación del ciudadano medio al gobierno de su Estado sea votar una vez cada 4 años; con pocas posibilidades de influir más allá que lo que esta delegación puntual se refiere. Además, dicho voto ni siquiera aportará el contenido total de lo que la persona considere correcto en un tema concreto, pues el sistema se basa en la otorgación de legitimidad a una serie (en la práctica, sólo dos) de organizaciones jerárquicas y disciplinadas, que pretenden reforzar su propia cohesión alienando a sus militantes, que lo aceptan gustosos.

Por otra parte, puede parecer que la creación de otros partidos hasta abarcar el máximo número de puntos de vista posibles es la solución más lógica. En la práctica, esto es una opción realmente limitada: los dos partidos mayoritarios se suceden el uno al otro gracias al uso propagandístico que hacen de los medios de comunicación que les tocan por estar en el poder y las instituciones coercitivas (también a través de otras, como los colegios). Así, se produce un bipartidismo aparente que muchos afirman que caracteriza a las democracias maduras. Resulta revelador que las opiniones de este tipo se suelen acompañar de connotaciones positivas (ya saben: no se nos vayan a subir a la chepa las minorías peligrosas y radicales).

La adjetivación del término bipartidismo, así como la cursiva, no son casuales. En efecto, podemos afirmar que en la mayoría de los sistemas democráticos actuales hay una tendencia a que el mayor número de escaños sean acaparados por dos partidos. Ahora bien, ¿son realmente antagónicos?¿tienen características ideológicas y de criterio marcadamente diferenciadas?. En mi opinión, sus metas y propuestas definitorias van convergiendo en un intento de acaparar algunos votos del oponente. ¿Es esto realmente preocupante? Bueno, si no te sientes identificado con el resultado de esa convergencia, sí.

¿Y cómo se sustenta el bipartidismo aparente? En un principio, el planteamiento es que el propio sistema lo favorece al establecer un porcentaje mínimo de votos para gobernar y sistemas de recuento que facilitan el ascenso al poder exclusivamente de las mayorías. A esto podemos unirle el hecho de que ciertas elecciones sean a niveles amplios de territorio y competencias por lo que la gente, engañada con los difusos conceptos de izquierda y derecha, prefiere votar al partido mayoritario en apariencia de la misma parte del espectro que al que más le atrae (o los cabezas de partido con mayor carisma). Paradojas del voto útil: importa más quien pierde que quien gana.

Es destacable el cortoplacismo que origina la democracia representativa. La gran mayoría de las medidas que se ponen en marcha están orientadas a finalizar antes de que acabe la legislatura, con el objetivo de poder ganar las próximas elecciones. La ausencia de resultados inmediatos o el terminar los proyectos en una legislatura en la que otro esté en el poder hacen creer a la población que algo no funciona correctamente o que ha sido otro partido el que impulsó la iniciativa, respectivamente. Por ello, se intenta mantener un ritmo de trabajo muy rápido y proponer objetivos que puedan ser cumplidos antes de 4 años. Es un factor que ayuda a descartar la presencia de medidas realmente radicales que requieran un tiempo largo de implantación o aquellas que afecten positivamente a las generaciones futuras (como sucedería con el ecologismo verdadero, no con los parches ambientales que acaban implantándose).

Ya he mencionado antes de pasada la disciplina interna (alienación al fin y al cabo) a la que son sometidos los partidos para gozar de coherencia, es decir, que cada diputado no vote contradiciendo lo que su PP o PSOE representa. Sin embargo, no hay que olvidar que votar significa elegir una serie de políticas predeterminadas, no opciones concretas (al contrario que los referéndums, por ejemplo). La alienación es, pues, por partida doble: de los políticos y de los votantes. Por así decirlo y desvariando bastante: la democracia representativa es un restaurante de comida rápida donde los clientes podemos elegir entre perritos calientes y hamburguesas; los veganos han de quedarse sin comer.

Ante esta desesperanzadora (según para quien) situación, hay dos opciones realmente factibles:

- Convertirse en un incondicional de uno de los dos partidos del sistema de oligarquía elegida. Las ventajas residen en que realmente las mejoras reales que implemente tu opción política dan igual: puedes criticar (insulsamente, no vayas a volverte radical y perder el apoyo de las empresas) mientras gobierna al otro partido basándote en sus múltiples errores. Al cabo de una o dos legislaturas, el tuyo subirá al poder con muchas promesas incumplidas y errores evitables que servirán al adversario para derrocarte. Así una y otra vez. Ni siquiera es necesario esforzarse: mientras no se planteen reformas que molesten a los de arriba, estos garantizan una buena propaganda y cobertura mediática.

- Estudia derecho o ciencias políticas; si tienes ingresos como para costearte una universidad privada no dudes en hacerlo: es un buen lugar para comenzar tu desconexión con la realidad diaria de la ciudadanía. Interesate por la política y esfuerzate en llegar al puesto más alto posible dentro de uno de los dos partidos mayoritarios, pues de ello dependerá la cuantía de la pensión que te corresponderá al retirarte. Además, si eres diputado, no tienes la obligación de acudir al Congreso demasiado a menudo...únicamente en los ratos libres.

Es innegable que la delegación de poder periódica fragmenta a la población. Los políticos más destacados cuentan con unos sueldos bastante destacables que, sin embargo, en ocasiones, no logran aplacar su avaricia y se dan casos de corrupción. No obstante, estas críticas están fundamentadas en desviaciones de la propia base teórica del sistema y, por lo tanto, no son demasiado válidas. Sí es válida, por ejemplo, la crítica a la existencia de fianzas que, al fin y al cabo, no son más que una forma de compra por los males cometidos contra la sociedad civil, pero eso es otro tema.

Como punto final, invito al lector a reflexionar. ¿Cuántas de las decisiones que toma la clase política nos benefician? ¿Cuántas les perjudican a ellos? ¿Quienes redactaron la Constitución por nosotros? ¿Qué les proporcionó el derecho a hacerlo sobre el resto de la ciudadanía? ¿Nos han preguntado qué modelo de Estado (o ausencia de este) queremos? ¿Hay formas reales y eficaces de hacerse de notar fuera de los dos partidos mayoritarios? o mejor dicho: ¿Estamos condenados a que nuestras ideas sean representadas por otros?


Tras hablar del pan, el circo y el foro de nuestra sociedad post-industrial, en las entradas posteriores (más breves) haré un breve repaso sobre el funcionamiento interno de la democracia representativa: la absorción de la política por parte de la economía y la burocracia son algunos ejemplos. También inauguro la sección La contra, en la que intentaré aportar y defender algunas alternativas a los modelos que se nos imponen desde arriba.

1 comentario:

  1. Tienes todo la razón, me encanto el simil de:

    "La democracia representativa es un restaurante de comida rápida donde los clientes podemos elegir entre perritos calientes y hamburguesas; los veganos han de quedarse sin comer"

    Saludos

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